Nota de entrada: En vista de que ayer domingo, todos los programas políticos de la nación, incluyendo los de la Cadena Fox se refirieron al reportaje del The New Republic, «Cómo el más serio revés para Donald Trump», debido a la posición editorial conservadora del mencionado magazine, porque siempre han estado de acuerdo con las ideas sus ideas, sobre todo aquellas relacionadas con la inmigración.
A continuación les presentamos la primera edición en español del artículo publicado por el rotativo conservador estadounidense The New Republic.
La Lavandería rusa de Trump
Cómo utilizar la Torre Trump y otros edificios de lujo para limpiar el dinero sucio, dirigir una red internacional del crimen organizado e instalar a un fracasado promotor inmobiliario en la Casa Blanca.
POR CRAIG UNGER – Traducción y Edición de Miguel Álvaro Sarmiento.
13 de julio de 2017
En 1984, un inmigrante ruso llamado David Bogatin, fue a comprar apartamentos en la Ciudad de Nueva York. Este señor de 38 años, había llegado a los Estados Unidos siete años antes, con sólo $3 dólares en su bolsillo. Sin embargo, para un ex piloto del ejército soviético, especializado en dispararle a los norteamericanos en Vietnam del Norte, de veras no le había ido nada mal.
Bogatin no andaba buscando un lugar dónde vivir en Brighton Beach, la enclave de Brooklyn conocida como «La pequeña Odessa», debido a la gran población de inmigrantes de la Unión Soviética. No, Bogatin estaba decidido a conseguir apartamento en el lugar más deslumbrante de la Quinta Avenida; un llamativo edificio de 58 pisos con enseres bañados en oro y un atrio de mármol rosa: en la Torre Trump.
La torre, todo un monumento a la crema y nata, fue residencia para gente como el inmortal Johnny Carson, el director de cine Steven Spielberg y la actriz Sophia Loren. Su propietario, un inquieto urbanizador de 38 años de edad, él mismo, algo así como una celebridad de pasquín. Donald Trump, apenas comenzaba a figurar como actor serio en el área de los bienes raíces en Manhattan, y la Torre Trump era la joya de la corona de su creciente imperio.
Desde el día que abrió sus puertas, el edificio fue todo un éxito: a excepción de unas pocas decenas de sus 263 unidades, se habían vendido casi todas en los primeros meses. A pesar de esto, a Bogatin no lo desanimaron ni la escasez de unidades ni los altísimos precios. El ruso, de algún lado sacó $6 millones de dólares para comprar no uno, ni dos, sino cinco condominios de lujo. Al parecer, la fuerte suma de dinero llamó la atención del dueño. Según Wayne Barrett, quien realizara la investigación sobre ésta transacción para el rotativo Village Voice, Trump personalmente asistió al cierre del trato, junto con Bogatin.
Si la transacción parecía sospechosa – eso de múltiples apartamentos para un sólo comprador que parecía no tener una forma legítima para poseer ese dinero- lo era y es posible que hubiera habido una razón.
En ese momento los mafiosos rusos, que estaban empezando a invertir en bienes raíces de lujo, se convirtieron en un vehículo ideal para lavar el dinero de sus empresas criminales.
«Durante los años 80 y 90, en el gobierno de los Estados Unidos, vimos un patrón de comportamiento, que se repetía, en el que los criminales usaban la compra de condominios y edificios para lavar dinero», dice Jonathan Winer, subsecretario adjunto de Estado para la aplicación de la ley internacional en el gobierno de Clinton. «No importaba si se pagaba demasiado, porque los bienes inmobiliarios se valorizan, y era una manera de convertir el dinero sucio en dinero limpio. Se hacía de manera muy sistemática, y explicaba por qué había tantos rascacielos donde se vendían las unidades, pero nadie vivía en ellas», concluye Winer.
Cuando se construyó la Torre Trump, relata David Cay Johnston en el libro The Making of Donald Trump (Cómo se hizo Donald Trump), fue apenas el segundo rascacielos en Nueva York que aceptaba compradores anónimos.
En 1987, apenas tres años después de haberle comprado las unidades a Trump, quien estuvo presente en el cierre, Bogatin se declaró culpable de haber sido partícipe, junto con miembros de la mafia rusa, en un esquema a gran escala para contrabandear de gasolina. Después de haber huido del país, el gobierno incautó sus cinco condominios en la Torre Trump, alegando que Bogatin los había comprado para «lavar dinero, para salvaguardar y esconder bienes mal habidos».
Una investigación del Senado sobre el crimen organizado reveló más tarde, que Bogatin era una figura prominente de la mafia rusa en Nueva York. Sus lazos familiares, de hecho, apuntaban directamente a la cima: su hermano, manejaba un negocio de estafa en acciones valorado en $ 150 millones de dólares, en conjunto con nada menos que Semion Mogilevich, a quien el FBI considera el «jefe de jefes» de la mafia rusa.
Por ese entonces, Mogilevich, temido incluso por sus compañeros gángsters como «el mafioso más poderoso del mundo», estaba expandiendo su multimillonaria red criminal internacional a los Estados Unidos.
En busca de el eslabón perdido
Desde la elección de Trump a la presidencia, sus lazos con Rusia se han convertido en el foco de un intenso escrutinio, centrado en investigar si su círculo íntimo se confabuló con Rusia para subvertir las elecciones de los Estados Unidos.
Un creciente coro de voces en el Congreso también está formulando preguntas importantes sobre cómo construyó su imperio empresarial el actual presidente.
El representante demócrata Adam Schiff, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, ha hecho un llamado para conducir una investigación a fondo sobre «la inversión rusa en los negocios y propiedades de Trump».
La propia naturaleza de los negocios de Trump, todos ellos privados, con pocos requisitos de divulgación, dificulta el esclarecimiento de la verdad sobre sus transacciones financieras. Y, el mundo de los oligarcas rusos y del crimen organizado, por su estructura, es sombrío y enredado.
Durante las últimas tres décadas, investigadores estatales y federales, así como algunos de los mejores periodistas de investigación de los Estados Unidos, han explorado montañas de títulos de propiedad de bienes raíces, declaraciones de impuestos, juicios civiles, casos criminales y reportes del FBI y de la Interpol, para destapar relaciones entre mafiosos rusos como Mogilevich y Trump.
Hasta la fecha, nadie ha logrado documentar que Trump supiera de enredos sospechosos en su extensa rama de negocios, y mucho menos que él mismo estuviera directamente comprometido con la mafia rusa o los corruptos oligarcas que están estrechamente aliados con el Kremlin.
Hasta el momento, cuando se trata de lazos de Trump con Rusia, no hay una prueba concreta.
Pero incluso sin una investigación del Congreso o de un fiscal especial, hay mucho que ahora sabemos sobre la deuda que tiene el presidente con Rusia.
Atando cabos públicos se encuentra parte del lazo privado
Un estudio del registro público revela un claro y preocupante historial de comportamiento: Trump debe gran parte de su éxito empresarial, y por extensión su presidencia, a un flujo de dinero ruso altamente sospechoso.
Durante las últimas tres décadas, por lo menos 13 personas con vínculos con conocidos o presuntos mafiosos y oligarcas rusos han sido dueños, han vivido e incluso han conducido actividades criminales desde la Torre Trump y otras propiedades de Donald J. Trump.
Muchos de ellos usaron los apartamentos en la Torre y casinos de Trump para lavar millones de dólares en dinero mal habido. Algunos dirigían juegos de apuestas alrededor del mundo desde la Torre Trump, en una unidad localizada directamente debajo de la que vivía el propio Trump.
Otros le proporcionaron a Trump lucrativos negocios de marcas que no requerían ninguna inversión de su parte. Tomado en conjunto, el flujo de dinero venido de Rusia, le significó a Trump una infusión crucial de financiación que le ayudó a rescatar su imperio de la ruina, a pulir su imagen y lanzar su carrera en la televisión y la política.
«Ellos le salvaron el pellejo», dice Kenneth McCallion, un ex asistente del fiscal estadounidense en el gobierno de Reagan y que estuvo investigando los vínculos entre el crimen organizado y las obras de construcción de Trump en los años 80.
Es muy posible que Trump no fuera más que una presa fácil para que los oligarcas y mafiosos rusos usaran los casinos y condominios para lavar fácilmente sus riquezas ilícitas. Como mínimo, debido a su constante necesidad de nuevas infusiones de dinero en efectivo y sus bien documentados problemas con acreedores, Trump se convirtió en «blanco» fácil para cualquiera que quisiera blanquear dinero.
Sin embargo, sea cual fuere su conocimiento sobre la fuente de su riqueza, el registro público deja claro que Trump construyó su imperio comercial, en gran parte, con un raudal de dinero sucio obtenido de un montón de rusos sucios, incluyendo al más sucio y más temido de todos ellos.
Dime con quién tratas y te diré que lavas
Trump, hizo su primer viaje a Rusia en 1987, unos pocos años antes del colapso de la Unión Soviética.
Invitado por el embajador soviético Yuri Dubinin, Trump viajó a Moscú y Leningrado con todos los gastos pagos, para hablar de negocios con miembros del gobierno en altos cargos del comando soviético.
En el libro El arte del trato, Trump habla sobre el almuerzo de trabajo que tuvo con Dubinin y que condujo al viaje. «Una cosa llevó a otra», escribió, «y ahora estoy hablando de construir un gran hotel de lujo, al otro lado de la calle del Kremlin, en sociedad con el gobierno soviético».
Con los años, Trump y sus hijos intentarían y fracasarían cinco veces, construir una Torre Trump en Moscú. Pero para Trump, lo que más importaba eran las conexiones lucrativas que había comenzado a desarrollar con el Kremlin, y con los rusos ricos que comprarían tantas de sus propiedades en los años venideros.
«Los rusos constituyen una sección diversa bastante desproporcionada de muchos de nuestros activos», decía jactándose Donald Trump Jr. en una conferencia de bienes raíces en el 2008. «Vemos mucho dinero procedente de Rusia», presumía Junior por ese entonces.
El dinero, ilícito y de otro tipo, comenzó a llover a granel después que la Unión Soviética se deshiciera en 1991. El cambio a una economía de mercado, que realizara del presidente Boris Yeltsin, fue tan abrupto que adinerados gángsteres y funcionarios públicos corruptos, pudieron privatizar y saquear activos y riqueza estatal petrolera, mineral y en la banca. De hecho, el propio Yeltsin más tarde calificaría a Rusia como “El Estado de Mafia más grande del mundo”.
La Torre Trump, sede para la fuga del capital de la mafia rusa
Después que Vladimir Putin sucediera a Yeltsin como presidente, la inteligencia rusa, en efecto, se asoció con los mafiosos y los oligarcas del país, permitiéndoles operar libremente, siempre y cuando hicieran más poderoso, y le sirvieran a sus intereses financieros particulares.
Según James Henry, ex director financiero de la firma McKinsey & Company que consultó los Papeles de Panamá, desde los años 90, la fuga de capital de Rusia asciende a unos 1,3 billones de dólares (Trillones en el sistema inglés).
Encabezando esta extensa empresa criminal estaba Semion Mogilevich.
A comienzos de los años ochenta, según el FBI, este ucraniano, rechoncho y bajito, era el contacto principal para el lavado de dinero de la Solntsevskaya Bratva, una de las asociaciones criminales más acaudalada del mundo.
Al poco tiempo, él mismo estaría a cargo de su propia y multimillonaria organización criminal mundial.
Mogilevich no era temido porque fuera el gángster más violento, sino porque tenía la reputación de ser el más inteligente. El FBI le acredita al «sesudo don», quien tiene un título en economía de la Universidad de Lviv, con una asombrosa gama de crímenes.
Manejaba redes de narcotráfico y prostitución a escala internacional. En una de sus transas características, compró una línea aérea que estaba en quiebra para transportar heroína del sudeste asiático a Europa. Utilizó un negocio de joyería en Moscú y Budapest, como un frente para comerciar el arte que gángsters rusos robaban de museos, iglesias y sinagogas en toda Europa.
También ha sido acusado de haberle vendido a Irán, unos 20 millones de dólares en armamento robado, incluyendo misiles tierra-aire y vehículos de transporte de tropas blindados. «Él usa la riqueza y el poder no sólo para promover sus empresas criminales», reporta el FBI, «sino para influir en los gobiernos y en sus economías».
Se dice que en Rusia, la influencia de Mogilevich llega hasta las más altas esferas.
En el 2005, Alexander Litvinenko, un agente de inteligencia ruso que desertó a Londres, grabó una entrevista con investigadores en la que detallaba su conocimiento interno de los lazos del Kremlin con el crimen organizado. «Mogilevich», dijo en un inglés pobre, «tiene buena relación con Putin desde 1994 o 1993».
Un año más tarde Litvinenko estaba muerto, al parecer envenenado por agentes del Kremlin.
El mayor talento de Mogilevich, el que lo coloca en la cima de la mafia rusa, está en que encuentra formas creativas para limpiar el dinero sucio. Según el FBI, él ha lavado dinero a través de más de 100 empresas fantasma alrededor del mundo, y ha mantenido cuentas bancarias en al menos 27 países. Y, en 1991 hizo algo que lo conecta directamente a la Torre Trump.
Ese año, según el FBI, Mogilevich le pagó a un juez ruso para que liberara Vyachelsav Kirillovich Ivankov, un camarada mafioso, de un gulag (prisión de trabajos forzados) siberiano. Si Mogilevich era el cerebro, Ivankov era el ejecutor (a vor v zakone), o un «sicario», infame por torturar a sus víctimas y alardear de los asesinatos que había planeado.
Torre Trump: Adonde van a vivir los criminales
Con el apoyo de Mogilevich, Ivankov aprovechó su libertad. En 1992, un año después de haber salido de la prisión, se dirigió a Nueva York con una visa de negocios ilegal y procedió a establecerse en Brighton Beach.
En Red Mafiya, su libro sobre el surgimiento de la mafia rusa en América, el periodista de investigación Robert I. Friedman, documenta la forma cómo Ivankov organizó un escabroso y violento submundo de gángsters tatuados.
Cuando Ivankov aterrizó en JFK, reporta Friedman, fue recibido por un compañero vor, quien le entregó una maleta con 1,5 millones de dólares en efectivo. Durante los próximos tres años, Ivankov supervisó el crecimiento de la mafia de una red local de extorsión a una empresa criminal de varios billones de dólares.
Según el FBI, para controlar la red, protegerse y ejecutar a sus enemigos, Ivankov reclutó dos «brigadas de combate» compuestas por veteranos de las fuerzas especiales de la guerra soviética en Afganistán.
Al igual que Mogilevich, Ivankov tenía una suma fuerte de dinero sucio que necesitaba para limpiar. Se compró un concesionario de la Rolls-Royce que, según el diario New York Times, “era un frente para lavar ganancias ilícitas”.
El FBI llegó a la conclusión que uno de los socios de Ivankov en la operación era Felix Komarov, un comerciante de arte de lujo que vivía en el Trump Plaza en la Tercera Avenida. Komarov, que no fue acusado en el caso, calificó las acusaciones como infundadas. Reconoció que frecuentemente sostenía conversaciones telefónicas con Ivankov, pero insistió en que los intercambios eran inocentes. «No tenía ninguna razón para no llamarlo», le dijo Komarov a un reportero.
Los federales querían arrestar a Ivankov, pero él desaparecía a cada rato. «Era como un fantasma para el FBI», recuerda un agente. Los agentes lo vieron reuniéndose con otras figuras del bajo mundo ruso en Miami, Los Ángeles, Boston y Toronto. También hallaron que hacía visitas frecuentes al Trump Taj Mahal en Atlantic City; lugar que los mafiosos acostumbraban utilizar para lavar grandes sumas de dinero.
En el 2015, el casino Taj Mahal fue multado por 10 millones de dólares -la multa más alta jamás impuesta por los federales a un casino- y sus directivas admitieron haber violado, intencionalmente, regulaciones contra el blanqueo de dinero durante años.
El FBI también tuvo dificultades para averiguar dónde vivía Ivankov. «Buscamos y buscamos y buscamos por todas partes», le dijo a Friedman James Moody, jefe de la sección de crimen organizado del FBI. «Tuvimos que salir y buscar como aguja en un pajar. Y, luego descubrimos que vivía en un condominio de lujo en la Torre Trump.
No hay evidencia que demuestre que Trump conociera a Ivankov personalmente, aunque fueran vecinos. Pero el hecho que un alto jefe de la mafia rusa viviera y trabajara en el propio edificio de Trump, indica lo mucho que los grandes mafiosos rusos llegaran a ver las propiedades del futuro presidente como un hogar lejos del hogar.
En el 2009, tras ser extraditado a Rusia para enfrentar cargos de homicidio, Ivankov fue asesinado en un ataque de francotirador en las calles de Moscú. Según el diario TheMoscow Times, su funeral fue un espectáculo mediático en Rusia, atrayendo a «1.000 personas que vestían chaquetas de cuero negro, gafas de sol y cadenas de oro», junto con decenas de coronas gigantes de varias familias del gremio del bajo mundo.
La crisis financiera rusa, tabla de salvación de Trump
A lo largo de los años noventa, millones de dólares de la ex Unión Soviética fluyeron hacia las construcciones de lujo de Trump y a sus casinos en Atlantic City.
Sin embargo, todo el dinero del mundo no fue suficiente para salvar a Trump de sus propias fallas como empresario. Él, debía $ 4 mil millones a más de 70 bancos, con un alucinante suma de 800 millones de dólares garantizada por él mismo. Trump, pasó gran parte de la década envuelto en litigios; declarándose en quiebra varias veces y tratando de sobrevivir. Para la mayoría de los urbanizadores, la situación habría significado la ruina financiera. Pero afortunadamente para Trump, su propia crisis económica coincidió con otra en Rusia.
En 1998, Rusia incumplió el pago de 40.000 millones de dólares de su deuda, haciendo que el rublo se desplomara y que los bancos rusos cerraran.
El consiguiente pánico financiero obligó a los oligarcas del país y a los mafiosos a buscar como locos un lugar seguro dónde depositar su dinero. En octubre de ese mismo año, apenas dos meses después que la economía rusa cayera en picada, Trump empezaba la construcción de su proyecto más ambicioso hasta entonces.
La edificación de 72 pisos en el centro de Manhattan, la Torre Mundial Trump, sería el edificio residencial más alto del planeta. La construcción se inició en 1999, justo cuando Trump estaba preparando su primera campaña para presidente formando parte del boleto del Partido Reformista; la obra se terminó en el 2001.
Según informó Bloomberg Businessweek a principios de este año, no pasó mucho tiempo antes que un tercio de las unidades en los pisos más caros de la torre se hubieran vendido como pan caliente. Los compradores eran ciudadanos de la antigua Unión Soviética, o por compañías de responsabilidad limitada relacionadas a Rusia. “Tuvimos grandes compradores de Rusia, Ucrania y Kazajstán,” le comentó la agente vendedora de bienes raíces Debra Stotts a la revista Bloomberg.
Entre los nuevos inquilinos que residían en la Torre Trump estaba Eduard Nektalov, un comerciante de diamantes de Uzbekistán. Nektalov, que se encontraba bajo investigación por un grupo de trabajo del Departamento del Tesoro por el lavado de dinero relacionado con la mafia, compró un condominio en el piso setenta y nueve, justo debajo del de la futura directora de campaña presidencial de Trump, Kellyanne Conway.
Un mes más tarde, Nektalov vendió su unidad sacándole un beneficio de 500.000 dólares.
Al año siguiente, después que circularan rumores de que Nektalov cooperaba con investigadores federales, fue derribado en la Sexta Avenida.
Los oligarcas rusos quieren conocer a Donald
Después de la gran apertura de la Torre Mundial Trump, la empresa internacional de bienes raíces y subastas Sotheby’s International Realty, se asoció con una compañía de bienes raíces de Rusia para darle un impulso a las ventas del edificio en Rusia.
La «torre llena de oligarcas», como lo llamó Bloomberg, se convirtió en un modelo para los futuros proyectos de Trump. Al parecer, todo lo que tenía que hacer era pintar el nombre Trump en un rascacielos, y con plena segura que clientes adinerados de Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas llegaban a granel.
Dolly Lenz, un agente de bienes raíces en Nueva York, en entrevista con el diario USA Today, dijo que ella le había vendido 65 unidades de la Torre Mundial Trump a rusos. «Tenía contactos en Moscú que querían invertir en los Estados Unidos», comentó Lenz. «Todos querían conocer a Donald», agregó.
Trump encuentra su Mercado en la oligarquía y la mafia rusa
Para sacarle provecho a su nuevo modelo de negocio, Trump llegó a un acuerdo con un urbanizador de la Florida para que le pusiera su nombre a seis grandes edificios en Sunny Isles, en las afueras de Miami. Así, sin tener que poner un centavo de su propio dinero, Trump recibiría una tajada de las ganancias.
«A los rusos les encanta la marca Trump», le dijo el urbanizador de Sunny Isles, Gil Dezer, a la revista Bloomberg. Y, un agente de bienes raíces local, le dijo al diario Washington Post que el 30% de los 500 apartamentos que él había vendido «hablaban en ruso». Fueron tantos los rusos que compraron apartamentos de la marca Trump que, de hecho, a la zona se le conoció como «la pequeña Moscú».
Muchas de las unidades las vendió una nativa de Uzbekistán que había emigrado de la Unión Soviética en los años ochenta. Su negocio era tan solicitado que pronto comenzó a traer grupos de turistas rusos a Sunny Isles para que vieran las propiedades.
Según una investigación publicada en marzo por la agencia británica de noticias Reuters, por lo menos unos 63 compradores con direcciones o pasaportes rusos gastaron 98 millones de dólares en las propiedades de Trump en el sur de Florida. Lo que es más aún, otro tercio de las unidades, más de 700 en total, fueron adquiridas por empresas fantasma que no revelan quienes son sus verdaderos propietarios.
Trump promovió y celebró las el éxito de las propiedades. De hecho, su organización sigue promocionando las unidades.
En el 2011, cuando obtuvo sus primeros beneficios, Trump asistió a la quema ceremonial de la hipoteca del complejo en Sunny Isles, para brindar por su éxito.
En octubre pasado, una investigación realizada por el diario The Miami Herald encontró que una red de al menos 13 compradores de unidades en el complejo de la Florida, han sido objeto de investigaciones gubernamentales, ya sea individualmente o a través de sus empresas, incluyendo «miembros de un grupo de delincuencia organizada ruso-estadounidense».
Dos de los compradores de condominios de lujo en Sunny Isles, Anatoly Golubchik y Michael Sall, fueron condenados por participar en una gran red internacional de juegos de azar y de blanqueo de dinero que se manejaba desde la Torre Trump en Nueva York.
La red que, según el FBI, estaba operando bajo la protección de la mafia rusa y el flujo de dinero ruso hizo más que salvar el negocio de Trump de la ruina: Le abrió el camino para la siguiente fase de su carrera.
Nota del Editor:
El diccionario define la palabra Testaferro como: “Persona que Presta su Nombre para figurar como titular en un negocio o asunto jurídico ajenos”.
Al parecer cuando Donald Trump dijo que “No mandan lo mejor. Traen drogas, prostitución y crimen”, él se refería a sus socios en Rusia y su intención no era más que eliminar la competencia en los Estados Unidos.
Por décadas, los casinos, condominios de lujo y la marca Trump han servido de frente para lavar cientos de miles de millones de dólares de mafiosos y oligarcas rusos. En efecto, Donald Trump es su Testaferro.
Por más de 30 años, Donal J. Trump ha estado haciendo negocios con los carteles de la mafia y con la oligarquía rusa. El Sur de la Florida es gran parte de ese, su mercado.
A través de los años, el historial de carteles y de la oligarquía latinoamericana ha sido parte activa de ese mercado; mercado que, difícilmente se le ha podido haber pasado por alto al Testaferro y Lavandero en Jefe que hoy ocupa la Casa Blanca o, que a la oligarquía y a los carteles latinoamericanos se les hubiera podido haber pasado por alto el “blanco fácil” que es El Aprendiz.