Por Elizabeth Mora-Mass.
New York. El Nobel que ha recibido Juan Manuel Santos por su persistencia, gestión y el haber invertido su capital político en el Acuerdo de Paz entre el Estado Colombiano y las FARC, generó un despliegue periodístico realmente deslumbrante.
Gracias a la Librería El Dorado, de Don Rubén Ramírez en Queens New York, pude tener los principales periódicos de Colombia. Son ediciones de lujo que no tienen nada que envidiarle a periódicos como de New York Times y el Wall Street Journal.
Las ediciones de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El País, me dejaron estupefacta por su alta calidad periodística, el minucioso análisis de la situación en que queda el país por el NO y las perspectivas que da El Nobel para Santos y para la esperanza de paz en Colombia.
Son informes especiales que realmente cubren todos los acontecimientos relacionados con los temas y que permiten tener un país informado.
Sin embargo en esos profundos análisis, el problema del narcotráfico se le pasa por encima. Curiosamente, todos los periódicos sigan a Alvaro Uribe Vélez para hablar del tema.
Uribe, señalado por editoriales y analistas como el gran maquiavélico de Colombia pone el narcotráfico en estos términos: “Reiteramos urgencia y paciencia para el inmediato futuro. Urgencia para no agregar motivos de violencia a las documentadas 200 mil hectáreas de coca, el ELN disidentes de FARC, bandas criminales, narcotráfico, drogadicción e inseguridad urbana”.
En mi humilde opinión los hados del periodismo colombiano fallan en este renglón.
Un negocio que el mismo gobierno colombiano acepta que ha crecido un 40% en los últimos años según el informe de la ONU sobre narcóticos y el cual genera dos mill millones de dólares anuales en ganancias en efectivo, no se puede dejar en manos de una sola persona, así se trate de Uribe.
Es un tema demasiado profundo, arraigado en la entrañas de la economía colombiana para que solo el expresidente hable de el. El narcotráfico es como el monstruo de las mil cabezas, que cuando le cortan una, le salen dos.
Yo vi nacer el cártel colombiano de las drogas.
La primera nota que me publicaron en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia, fue el lanzamiento de Medellín sin Tugurios por parte de Pablo Escobar. Vi convertirse a mi ciudad natal en Metrallo City.
Como corresponsal de El Tiempo de Bogotá en Medellín y en Nueva York, vi la destrucción masiva de las familias colombianas que ingresaron al narco y como la moral se hizo añicos frente al dinero generado por el narco.
Como periodista he visto la transformación del mundo entero frente al problema del narcotráfico. En el primer informe que hice sobre las drogas en 1986, estas afectaban a los países productores, países consumidores y países de tránsito, unos 40 en total.
Hoy día, las drogas se pasean airosas por el planeta entero, dejando una estela de violencia, destrucción y muerte. A tal punto se ha expandido el negocio que 204 estados soberanos aceptan que tiene algún problema con las drogas ya sea por el consumo, la producción, tráfico y el lavado de dinero.
Y aún hay más. Hace cinco años la ONU aceptaba que eran 428 millones de consumidores de psicotropicas en todo el mundo. Con la liberación de la marihuana, sobre todo en EE. UU., ya no se sabe cuántos consumidores hay. Todos los consumidores de drogas fuertes como la cocaína y la heroína comenzaron su adicción como simples fumadores de marihuana.
Así es que el periodismo colombiano no puede ignorar que las FARC son uno de los Super Carteles de la Tierra con conexiones establecidas desde los carteles mexicanos hasta Hezbolá y la Mafia Rusa. Además, los disidentes que ya le dijeron NO al acuerdo de paz, van a defender a sangre y fuego el negocio establecido. Lo que se viene para muchos analistas es la repetición de lo ocurrido con la muerte de Pablo Escobar, la detención de los Rodríguez Orejuela y la extradición de los jefes paramilitares a USA. El narcotráfico simplemente cambió de jefes. Pero el negocio siguió intacto.
Es que aunque los colombianos nos muramos de rabia, el negocio del narco sigue enraizado en el país y afecta en todo el futuro.
La pregunta que queda es ¿Cómo se puede destruir la infraestructura del narcotráfico? No se pueden hacer cuentas alegres a una respuesta a este interrogante. Por lo tanto Uribe no puede ser el único cuestionador legítimo frente al problema. El Presidente Santos y sus ilustres seguidores tienen que participar haciendo análisis tan profundos como los del Nobel.