«El secreto del éxito del narcotráfico»
El negocio da por un peso, $500.00 de ganancia: Pablo Escobar, abril de 1984.
Nota de la editora:
Hoy 19 de abril de 2016, comienza en Naciones Unidas la Cumbre Mundial Contra las Drogas en Naciones Unidas. El narcotráfico afecta a 208 estados soberanos y tiene 410 millones de consumidores en todo el orbe.
Fue Pablo Escobar, quien cambió este negocio dándole un enfoque global.
La siguiente entrevista fue realizada en abril de 1984 por Elizabeth Mora, en Medellín, donde trabajaba como corresponsal de El Tiempo. Se hizo bajo la coordinación de Don Enrique Santos Castillo, el legendario editor de “El Tiempo”. Elizabeth tuvo el invaluable apoyo periodístico de Juan José Hoyos, jefe de la oficina de “El Tiempo” en Medellín, Gustavo Ramírez, el redactor económico del matutino. José Guillermo Palacio de El Colombiano y José Guillermo Herrera, corresponsal de El Espectador ayudaron en el enfoque.
Asimismo contó con la valiosa colaboración de doña Eugenia Vélez de González y Arturo Giraldo, profesores de periodismo de la U de A. El planteamiento del problema y las tesis para hacer las preguntas fueron hechos con la ayuda de Regina Vélez, Alba Zuluaga y María Victoria Mejía, profesoras del mismo claustro, mientras que el entorno económico- social y los cambios culturales originados por Pablo Escobar y el narcotráfico fueron elaborados con aportes de personajes como Alberto Aguirre, Jorge Valencia Jaramillo, Jaime Jaramillo Panesso, Jorge Rodríguez Arbeláez, Alberto Faciolince, E. Livardo Ospina, Oscar Peña Alzate, Julián Péres Medina y José Jota Zuluaga. Aldemar Betancur colaboró con la documentación de las acusaciones de Estados Unidos.
Vecinos de la Estación Villa, donde “Los Ositos” (los Escobar Gaviria) vivieron antes de irse a Envigado, contaron sus historias. Guido Parra y Javier (mencionar su apellido no aporta nada a esta nota) consiguieron la cita con Pablo.
La entrevista nunca fue publicada en forma completa-solo se usaron pedazos-debido al asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla, ocurrido el 30 de abril de 1984 y a los terribles acontecimientos que siguieron. Sin embargo, 32 años después todavía es válida y muestra cosas desconocidas del hombre que le cambió el rumbo a Colombia.
Por Elizabeth Mora-Mass
La casa es imponente. De lejos parece un monasterio. El jardín parece una copia de un jardín muy famoso. La puerta es enorme, labrada a mano y los ventanales son de vidrios de colores, como los de las iglesias. Hermosas masetas, llenas de plantas florecidas adornan el amplio corredor. Son las tres de la tarde y a lo lejos se divisa a Medellín.
—Señorita, siéntese que don Pablo ya viene—dijo amable la señora mayor, vestida de oscuro, mostrando una cómoda poltrona, de un juego de seis que había en el corredor.
—Gracias. ¿Dónde estamos? – preguntó la reportera.
—¿Quiere un café, un refresco, o prefiere almorzar? Ya don Pablo viene—dijo la mujer sin responder la pregunta.
En ese momento apareció Pablo Escobar. Es un hombre joven, un tanto robusto. Tiene los ojos pardos, cuando se ríe y/o el tema le gusta, son casi verdes. Pero cuando se enoja, o algo le disgusta, se vuelven oscuros, casi negros y su rostro es como tallado en piedra. Vestía un bluyín desteñido, una camiseta roja, mocasines sin medias y tenía el pelo mojado.
—¿Tuvo un buen viaje?, preguntó.
—Sí, aunque las gafas oscuras que me tuve que poner y los vidrios oscuros del carro no me dejaron ver nada—dijo la reportera.
—Como dicen ustedes los periodistas, son los gajes del oficio. Es mejor que no viera nada y que no sepa donde queda esta casa. Espero que le guste—respondió sin inmutarse.
—Es preciosa. La puerta, las ventanas, los jardines me lucen familiares…—
—Entiendo porqué le lucen familiares. La puerta es una copia de la puerta de la Catedral de Sevilla en España, mandé un man allá para que la copiara. Las ventanas son copia de los vitrales de la Capilla Sextina en Roma. Los jardines son copia de los Jardines de Versalles en París. Hay otras cositas que va a ver cuando entremos—aclaró el anfitrión, riéndose ante el gesto de asombro de la reportera.
—Yo tengo muy buen gusto. No soy ese gamín que ustedes los de la prensa quieren mostrar. Me gustan las cosas finas. ¿Para qué soy bueno?, ¿qué quiere hablar conmigo? —dijo Pablo—como lo llaman en Medellín, sin mencionar el apellido— sin transición, hablando suave, pausado.
—Vengo a que hablemos de bisnes*—dijo la periodista mirándolo a los ojos.
—¿Cuál bisnes, muchacha? —respondió el hombre, mientras sus ojos se oscurecían.
—Del bisnes, del bisnes del negocio de la droga—insistió la reportera
—¿Droga? ¿Bisnes? Usted está medio loca, porque yo no sé de qué está hablando—expresó Escobar, hablando en un tono mucho más alto.
—Bueno, estoy hablando del negocio de la droga del cual habla la Embajada de Estados Unidos. Ellos dicen que vale más de dos mil millones de dólares y que usted ha montado un cártel de las drogas, que funciona como el cártel del petróleo. Que es por eso que usted ingresó a la política para tratar de legalizar el negocio en Colombia, ya que su cártel impone condiciones de compra de las hojas de coca en Perú y Bolivia, y ha convertido a Colombia en una enorme “cocina” para fabricar cocaína…—explicó la periodista.
—Estoy hecho. Mi gente me recomienda que tenga una cita con usted y yo la mando a traer en Mercedes Benz, la recibo en mi casa y usted viene a insultarme. Aquí todo el que quiere aparecer en la prensa sólo tiene que acusar al señor Pablo Escobar de algo malo y listo: sale en las noticias, en la primera página de los periódicos. Usted está repitiendo como una lorita todas las mentiras que dicen los de la Embajada y el perro de El Espectador. Yo soy un caballero y pensé que si usted era una buena periodista, yo podría hablar con usted de mis proyectos, pero me resultó cagada—replicó Escobar, parándose frente a la reportera.
—Don Pablo, si a usted no le gusta lo que dicen la Embajada de Estados Unidos y don Guillermo Cano en El Espectador, dígame su propia versión—dijo la periodista.
—Llámeme Pablo. A mí no me gusta para nada el con don. Mi versión es que yo soy un hombre de negocios, con una buena visión para hacer cualquier bisnes. Cuando estos caballeros no ven nada, yo veo el negocio pulpito y por eso me va bien. Por eso hice Medellín Sin Tugurios y les construí mil casas a los pobres. Usted misma vió que cuando el perro de Diego Calle (el gerente de Empresas Públicas de Medellín) no me quiso dar el permiso para los servicios públicos, tuve que acudir al propio Concejo. Soy así: directo y al grano. Yo tuve un negocio de bicicletas en Carabobo y me fue muy bien, cuando apenas tenía 18 años; luego a los 20 años, me pasé al negocio de carros y también me fue bien. Ahora exporto flores y me va mejor. Es que los oligarcas son unos envidiosos que cuando ven a los hijos de los pobres montando un BMW, o un Mercedes, ya uno es pícaro, ladrón de carros y trafica con droga—respondió Escobar, ya más tranquilo.
—¿Y qué clase de flores cultiva usted que le va tan bien? ¿Dónde puedo verlas?, indagó la periodista.
—En otra oportunidad se las muestro. Como le digo, sobre mí sólo dicen mentiras, en especial, los de de Bogotá —expresó el capo con voz contenida.
—Mire, que cosa tan curiosa. En la Calle Carabobo, Mario, el del Clemens, Gabriel, el de las revistas y El Gordo Héctor dicen que usted no tuvo ningún negocio allá y/o por lo menos, ellos no lo recuerdan. Pero en la Avenida Juan del Corral hay quienes aseguran que usted no tuvo negocios de carros, sino que los robaba con Hugo Vago —anotó la reportera.
—Eso lo dicen porque seguro que el perro de Monroy (Carlos Gustavo Monroy Arenas), el del DAS los amenazó para que dijeran que yo nunca tuve negocio en Carabobo y que yo robaba carros. ¿Usted si ve como me persiguen…?—dijo Pablo, hablando quedito.
—¿Y porqué lo persiguen los de la Embajada, los de El Espectador y Monroy, el del Das? —preguntó la reportera.
—Ya se lo dije, porque soy visionario y me va bien en los negocios, en la política. En el Congreso ahora mismo estamos demostrando que el ministro Lara Bonilla si recibió más de un millón de pesos de Evaristo Porras, pero ustedes, los de la prensa, en lugar de estar atacando a Lara por vendido, la emprendieron contra Evaristo, contra los Ochoa, contra Lehder, contra mí. El perro de Guillermo Cano está vendido a la Embajada de Estados Unidos y les publica todas las mentiras que han inventado contra mí. Si yo fuera así de bandido como ellos dicen, ¿usted si cree que la gente me quisiera como me quieren en Medellín, en Rionegro, en Ríoclaro? Donde quiera que voy todo el mundo me quiere—respondió el hijo de don Abel Escobar y doña Ermilda Gaviria.
—Pero si la Embajada y El Espectador mienten y a los de Carabobo y Juan del Corral, el DAS los obliga a mentir, ¿cuénteme porqué don Abel, su papá no acepta su dinero? —preguntó la reportera.
—Usted se me está volviendo faltona, pero le respondo. Lo que pasa es que don Abelito Escobar es un hombre muy orgulloso, muy en su punto. A mi padre no le gusta que nadie le regale nada, ni siquiera sus hijos. Yo no sé que novela ustedes los periodistas se están ahora inventando con Abelito, pero él es un hombre de honor. Un hombre de palabra—replicó Escobar casi lívido.
—Entonces, puedo decir que de su padre usted aprendió a tener palabra. Que por eso, para hacer un negocio con usted sólo hay que darse un apretón de manos…—
—Simón. También le voy a decir lo que pienso que es el gran secreto del éxito del bisnes del que usted habla: es que el negocio da de uno a 500. Es decir, usted pone un pesito y se gana quinientos pesos. No hay un negocio que rinda más. Yo como un empresario lo veo así. Además, va a ser el primer negocio globalizado del mundo, no hay manera de pararlo—afirmó el capo mirando a la reportera a los ojos.
—¿Globa qué?—inquirió la periodista.
—Es que el mundo se va a globalizar. Todos los países van a comprarse y a venderse. Creo que ni siquiera cuando legalicen la droga podrán parar el negocio. Así pasó con el alcohol en los Estados Unidos. Y si a los gringos les gusta darse en la cabeza, no van a parar de soplar. Miami, Los Angeles, Nueva York están llenas de gente de todas partes del mundo que negocia, pero eso no lo ve la Embajada de Estados Unidos, ni la basura de (Guillermo) Cano, se lo digo porque yo trabajo con gringos y tengo negocios en esas ciudades—explicó Pablo.
—Su negocio se extiende hasta Nueva York y Los Angeles, pasando por Miami…— comentó la reportera
—Sí, ya le dije que a mí me va muy bien con la exportación de flores—anotó Pablo
—Por lo visto, muy exóticas—dijo la reportera con sorna.
—Imagínese, la gente se mata por ellas—replicó Pablo en el mismo tono.
—¿Es cierto que cuando a usted alguien no cumple con su palabra, o lo traiciona usted lo mata? —dijo la reportera.
—Mire, lo que pasa es la gente se pone faltona. Dicen que si, se comprometen y luego, si te ví no me acuerdo. A aquí hay mucho faltón que se quiere quedar con lo ajeno y así no se vale. Hay que trabajar derecho, aunque se viva torcido—afirmó mas que dijo “El Padrino” de la mafia colombiana.
—Pero matar a alguien por robarse algo es realmente horrible. ¿Es por eso que todo aquel que le queda mal en un negocio, usted lo mata y es por eso que usted ha creado un ejército de sicarios, entrenados por comandos israelitas, conseguidos por El Gordo Israel, el judío de Juan del Corral? — preguntó la reportera.
—Y déle con las matadas. M’hijita, a usted le metieron el delirio de persecución contra mí. Yo soy un hombre pacífico, amante de la naturaleza, de los animales, por eso tengo un zoológico, el mejor de América Latina y muy pronto del mundo. Yo no tengo sicarios. Lo que pasa es que un grupo de empresarios nos unimos para protegernos de los grupos guerrilleros y para defenderse hay que tener armas. No nos vamos a defender con oraciones al Niño Jesús y con estampitas de la Virgen. Ahora, si uno se va a defender de los bandidos, de los guerrillos, de tanto envidioso que quiere hacer daño; tenés que buscar alguien que sepa defenderse y los israelitas tienen los mejores comandos— dijo Pablo muy serio.
—Entonces es cierto que ustedes han creado unos grupos de autodefensa y de sicarios, y nosotros, en este momento, estamos hablando del MAS, Muerte a Secuestradores…—replicó la periodista.
—Yo estoy hablando de cómo nos tenemos que defender; de cómo nos están secuestrando los hijos, las esposas, los padres, los hermanos. Pero eso no lo ve el gobierno, ni la prensa de Bogotá. Para ustedes los de El Tiempo, nosotros también somos bandidos, cuando aquí los bandidos son los guerrillos, los ministros mentirosos, a los que les gusta el billetico. Ustedes son aliados de El Espectador; todos son unos traidores a la raza, unos vendepatrias—afirmó Escobar, mostrando un montón de periódicos de El Tiempo y El Espectador.
—¿Por qué no me muestra el resto de la casa? ¿Puedo tomar fotos? —indagó la reportera.
—Ni riesgos. No puede tomar fotos. Pero venga entremos—dijo Pablo, abriendo la enorme puerta de madera labrada, con incrustaciones de bronce.
Por dentro, la casa es aún más espectacular que por fuera. Pinturas y esculturas de los más conocidos artistas adornan el recibidor, la biblioteca, la sala, el comedor y la cocina. El recibidor es copia del recibidor del Palacio de en España. La sala es una copia de la sala de la Casa Blanca y hay una foto de Escobar con su hijo frente a la misma. El comedor es copia del comedor de Catalina La Grande, en Rusia—incluyendo el árbol de oro y el búho que da la hora. La biblioteca tiene muchos libros—incluyendo una copia de El Padrino autografiada por el mismísimo Mario Puzzo.
—¿Es cierto que Don Corleone es su ídolo? ¿Es verdad que usted quiere parecerse a él? —preguntó la reportera.
—Yo lo admiro mucho, pero no puedo parecerme a él. Don Corleone era mafioso y yo no lo soy. Ya le dije que soy un empresario honesto—fue la tajante respuesta de Escobar.
—Don Corleone era un hombre modesto, amante de la familia, preocupado por el bienestar de la sociedad en que vivía; creía en la libre empresa, pero en el monopolio de su negocio; capaz de comprar a los políticos y a los jueces, con amigos entre los periodistas…—comentó la reportera.
—Pare el carro. Aquí el experto en “Padrinología” soy yo. Don Corleone era un hombre con gran poder, por eso se entendía con otros hombres poderosos— dijo Pablo muy agitado.
—Usted cree que ¿tiene o puede tener un poder como el de Don Corleone? —indagó la periodista.
—Mire, a pesar de todos los ataques infundados de la prensa, a mi me buscan los políticos, los banqueros, los dirigentes, los empresarios, los líderes populares. Todos quieren conmigo. Para la gente yo soy un ídolo que les da una casa, un mercado, un trabajo, soy un político interesado en su pueblo. Si eso es poder, yo soy un hombre poderoso—respondió Pablo, abriendo el libro y leyendo la parte de la fiesta.
—Don Corleone quería que sus hijos fueran abogados, médicos, que no tuvieran nada que ver con la Familia, pero el destino los volvió capos y los llevó al mismo centro de la lucha por el poder de la Mafia. ¿Pudiera ese ser el caso de su familia? — dijo la reportera.
—Ni riesgos. Mis hijos no tienen nada que ver ni con la Mafia de Estados Unidos, ni con la Mafia colombiana. Mi hijo juega con computadores, arma rompecabezas, estudia inglés. Va a ser un gran empresario—afirmó Pablo.
—Usted cree que a usted le puede pasar lo que a Don Corleone y que algún día traten de matarlo—preguntó la periodista.
—No lo creo, estoy seguro que van a tratar de matarme. Como están las cosas, en Medellín es difícil llegar a viejo. Pero yo creo que yo sí voy a llegar a viejo. Cuando eso pase, me iré a mi finca con mi esposa, a mi zoológico, a mis animales…—
—¿A qué le tiene miedo?
—A misiá y a llegar a viejo, por que los viejos se vuelven blanditos…