Por Elizabeth Mora-Mass
New York. Es la controversia hecha candidato. Nació rico, se ha casado tres veces, dos veces con mujeres extranjeras. A pesar de tener como símbolo de su campaña la expulsión de los extranjeros indocumentados, en la edificación de sus rascacielos han trabajado centenares de ilegales, según alegan sus oponentes.
“Bravucón”, “aguafiestas”, “demagogo”, lo llamó la revista Time en su portada. “Payaso”, “engendro del mal”, tituló el Daily News. “Misógino”, “abusador”, “xenófilo”, y “racista”, repiten los comentaristas y periodistas todo el día.
En vano, sus oponentes los acusan de “estafador”, “mentiroso”, “amigo del aborto” y de “ayudar financieramente a la organización Planificación Familiar y a Hillary Clinton”, con el fin de desinflar a los evangélicos del sur para que no voten por él, ya que va ganando con sus votos.
Su secreto es su promesa de “América volverá a ser grande”. Es que “ser grande” es el sueño de los campesinos del sur, de los trabajadores rasos de toda la nación, de la gente de cuello blanco de la Unión Americana que no han visto crecer sus salarios en 30 años, cuyos hijos van a la universidad y tienen que regresar a vivir en casa porque es imposible vivir solos con los salarios que ganan.
“Volver a ser grandes”, la inmortal frase de Mussolini, reverdecida por Berlusconi para ganar en Italia y por Le Pen para conquistar a Francia es ahora el himno de Trump.
Su éxito se basa no solo en “volver a ser grandes”, sino en haber encontrado a los culpables perfectos: los mexicanos, los musulmanes exiliados, la administración de Barack Obama, China, Wall Street y los banqueros inescrupulosos.
Es por eso que Wall Street está tan asustado de Trump como muchos de nosotros.
A voz en coro, los poderosos y los voceros de Wall Street repiten frente a las cámaras de TV que les asusta una candidatura de Donald Trump porque podría lanzar a Estados Unidos a guerra comercial con China—que podría generar una gran desestabilización económica—así como desconocer a Nafta—el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México—aumentar los impuestos a los ricos y declarar una guerra indiscriminada contra ISIS y otros grupos de extremistas islámicos que traerían mucho mas odio hacia el Tío Sam.
Y ahí no paran las cosas. En cada consejo comunal, denuncia en una forma mucho mas cruda que Bernie Sanders—el otro candidato demócrata que ha obligado a que Hillary Clinton gire hacia la izquierda—los altos salarios de los ejecutivos de las multinacionales y empresas estadounidenses—la codicia sin límites de los bancos, las ventajas tributarias de los ricos y la manipulación de los administradores de Wall Street para sacar el dinero a los paraísos fiscales con el fin de no pagar impuestos, mientras que cada persona trabajadora tiene que destinar un 30% de su salario para pagar impuestos.
Por eso en Wall Street claman que Trump “no encaja a ningún modelo económico. El (Trump) no es como Donald Reagan”, ha dicho Mark Penny del American Interprise Institute, un centro de análisis conservador, por varias cadenas de TV, comentando la política económica de Trump.
Sacarlo como sea
De la Florida a Michigan y de California a Maine, la orden de los jerarcas del partido republicano es ¡acabar y derrotar a Trump!
Pero la reacción a las críticas de Mitt Romney, de los otros candidatos, de los especialistas en seguridad, de los expertos en política, etc., no era la que se esperaba. Por las cadenas de TV y en los vecindarios de clase media, se ven centenares de republicanos mandando al diablo al “Glorioso y Viejo Partido”, para seguir con Trump hasta el final.
A voz en coro, los simpatizantes de Trump gritan a pleno pecho que lo que pasa con Trump es que “el piensa por sí mismo y no podrán manipularlo para que haga lo que ellos quieran”.